Imagino el proceso electoral como una visita a un puesto de tacos donde pides una orden con guisos echados a perder. Al llegar, examinas las opciones y notas que algunos están plagados de larvas, otros con moscas y otros están cubiertos de moho. Evidentemente, ninguna de las opciones parece segura para consumir, pero, aun así, pides uno de cada uno, ¡incluso en tortillas de harina! Para enmascarar el sabor desagradable y la culpa de ingerir algo que, sin duda, te perjudicará, solicitas al señor taquero que les agregue abundante pasto, coronándolos con un generoso chorro de limón y bañándolos en salsas roja y verde.
Qué diferente sería si al entrar a ese puesto de tacos, expresáramos nuestro descontento e indignación por que nos ofrecen comida en mal estado que nos causará daño. Seguramente, si nos rehusáramos a comprar colectivamente, el dueño cambiaría drásticamente sus prácticas o cerraría el negocio por falta de clientela.
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